
Atemorizada miraba los días del calendario. El invierno se acerca, las hojas amarillas, naranjas y marrones hacían de alfombra para llegar a casa, el frío acrecentaba (60, 50, 40, 30, 20 grados faranheit) y yo, acostumbrada al calor (de los 90 grados) y al verdor me encontraba en tal paisaje.
Entusiasmada pensaba en habitar un nuevo lugar, con nuevos paisajes que apreciar, nuevas estaciones. Pensaba en los días que caminaría sobre la nieve y jugaría con ella sin importar el frío que no respetara el grosor de mis guantes.
Sorprendida caminaba un día y la nieve comenzó a caer sobre mi. Parecía una lana blanca, transparente, con formas que solo podía apreciar por segundos porque se derretía al caer sobre mi cuerpo caliente. Y pensaba que tiempo demás tendría para tomar fotos, para lanzarme sobre ella, para jugar con esto que era nuevo para mi. Esperaba el mes de enero.
Pero la nieve se fue derritiendo, el frío fue mermando. Pensé que la temperatura bajaría otra vez como suele ocurrir en los meses de enero y feberero, que apreciaría las 5 ó 6 pulgadas de nieve, que me iría a esquiar en montañas de nieve construidas. Pero parece otoño. Un otoño sin ojas amarillas, naranjas o marrones, con los árboles al desnudo, durmiendo. Las calles sin color y la nievecilla que cae no tarda en derretirse. No hay ojas verdes, ni montañas que pueda apreciar. Pensé que el paisaje más hermoso que tendría al mirar por las ventanas de cristal sería la nieve. Pero parece que se fue para no volver.
Y me arrepiento de haber maldecido al frío. Tal vez por eso es que se ya no quieres venir. Quiero decirte que ya al frío me he acostumbrado, que sube a 40 grados y quiero irme a correr. Ven, nieve, ven, que ya te estoy extrañando. Los inviernos no son iguales sin ti. Se ve todo tan vacío y sin color. Los árboles se han preparado, se han ido a dormir para recibirte a ti y tu te vas. Me he comprado las botas, me he comprado bufandas, orejeras y me dejas así, sin más que estar aquí y mirar por las ventanas a ver cuando regresas. Te extraño.
