Merodeaba los alreadedores de la casa de abuela. Habia una mujer sentada comiendo acerolas que me invitaba a degustar aquella sabrosa fruta. Las acerolas colgaban de un pequeno arbol en la sala. Esto me parecia muy raro pues los arboles de acerolas suelen ser bastante altos y estar sembrados en el patio o en la finca, pero no en una sala con tal diminuta apariencia. Me acerque al arbol con incredulidad logrando confirmar lo que me aseguraba, que eran acerolas que crecian de un pequeno arbol en una esquina de la sala! Mi mente parecia delirar con toda la efusividad que sentia.
Aquella fruta era la que me hacia pedir a suplicas a mi mama que fueramos a casa de la abuela. Me esperaba un arbol alto lleno de deliciosas acerolas rojas, diminutas, agridulces. Llegaba a casa de abuela y caminaba por el vuelo que rodeaba la casa con cuidado, caminando en zig zags pegada a la pared. Miraba con temor al suelo que estaba a 5 metros de altura. Llegaba a mi destino y no tenia miedo de caer pues el arbol de acerola me sostenia de frente. Llenaba mi sesta de aquellas rojizas frutas. Luego me sentaba en la sala y degustaba con deleite aquel sabor unico. Una a una como palomitas de maiz entraban en mi boca mientras saboreaba la carne amarilla y la corteza roja. A veces tenian puntitos negros que demostraban que la frutita habia tenido una historia, una abertura cicratrizada. Mi abuela me miraba con una sonrisa pues sabia que detras de auqella sesta de acerolas era muy feliz.
Me acerque al diminuto arbol, probe las acerolas de mi ninez mientras miraba aquella mujer sentada y abri los ojos. Solo sonaba con aquella fruta que habia dejado en el olvido del inconsciente hace muchos anos. Pero por que, sin tanto me gustaban. Recorde que abuela habia cortado el arbol que tanto me gustaba. Me limpie los ojos, heche la sabana a un lado y me puse las pantuflas que me protegian del piso frio. Fui a la cocina y me acerque al sesto de frutas. Tenia guineos color amarillos que parecian haber sido esterilizados de camino a los Estados Unidos para que crecieran de forma inexplicable y mantuvieran un color artificial por largo tiempo. Luego vi las fresas y los kiwis, frutas que aprendi a degustar en mi adultez. Abri la nevera y mire las bolsas de frutas congeladas. Me acusaban de que no me exponia a frutos nuevos y alli estaban, sustituyendo las acerolas que ya parecen extranas y lejanas para mi.