lunes, noviembre 20, 2006

Acerolas

Merodeaba los alreadedores de la casa de abuela. Habia una mujer sentada comiendo acerolas que me invitaba a degustar aquella sabrosa fruta. Las acerolas colgaban de un pequeno arbol en la sala. Esto me parecia muy raro pues los arboles de acerolas suelen ser bastante altos y estar sembrados en el patio o en la finca, pero no en una sala con tal diminuta apariencia. Me acerque al arbol con incredulidad logrando confirmar lo que me aseguraba, que eran acerolas que crecian de un pequeno arbol en una esquina de la sala! Mi mente parecia delirar con toda la efusividad que sentia.
Aquella fruta era la que me hacia pedir a suplicas a mi mama que fueramos a casa de la abuela. Me esperaba un arbol alto lleno de deliciosas acerolas rojas, diminutas, agridulces. Llegaba a casa de abuela y caminaba por el vuelo que rodeaba la casa con cuidado, caminando en zig zags pegada a la pared. Miraba con temor al suelo que estaba a 5 metros de altura. Llegaba a mi destino y no tenia miedo de caer pues el arbol de acerola me sostenia de frente. Llenaba mi sesta de aquellas rojizas frutas. Luego me sentaba en la sala y degustaba con deleite aquel sabor unico. Una a una como palomitas de maiz entraban en mi boca mientras saboreaba la carne amarilla y la corteza roja. A veces tenian puntitos negros que demostraban que la frutita habia tenido una historia, una abertura cicratrizada. Mi abuela me miraba con una sonrisa pues sabia que detras de auqella sesta de acerolas era muy feliz.
Me acerque al diminuto arbol, probe las acerolas de mi ninez mientras miraba aquella mujer sentada y abri los ojos. Solo sonaba con aquella fruta que habia dejado en el olvido del inconsciente hace muchos anos. Pero por que, sin tanto me gustaban. Recorde que abuela habia cortado el arbol que tanto me gustaba. Me limpie los ojos, heche la sabana a un lado y me puse las pantuflas que me protegian del piso frio. Fui a la cocina y me acerque al sesto de frutas. Tenia guineos color amarillos que parecian haber sido esterilizados de camino a los Estados Unidos para que crecieran de forma inexplicable y mantuvieran un color artificial por largo tiempo. Luego vi las fresas y los kiwis, frutas que aprendi a degustar en mi adultez. Abri la nevera y mire las bolsas de frutas congeladas. Me acusaban de que no me exponia a frutos nuevos y alli estaban, sustituyendo las acerolas que ya parecen extranas y lejanas para mi.

Carta de amor

"...Si estas a mi lado, me encanta, lo disfruto, me alegra, me exalta el espiritu; pero si no estas, aunque lo resienta y me hagas falta, puedo seguir adelante. Igual puedo disfrutar de una manana de sol, mi plato preferido sigue siendo apetecible (aunque como menos), no dejo de estudiar, mi vocacion sigue en pie y mis amigos me siguen atrayendo. Es verdad que algo me falta, que hay algo de intranquilidad en mi, que te extrano, pero sigo, sigo y sigo. Me entristece, pero no me deprimo. Puedo continuar haciendome cargo de mi mismo, pese a tu ausencia. Te amo, sabes que no te miento, pero eso no implica que no sea capaz de sobrevivir sin ti. He aprendido que el desapego es independencia y esa es mi propuesta...No mas actitudes posesivas y dominantes...Sin faltas a nuestros principios, amemonos en libertad y sin miedo a ser lo que somos..."
Tomado de "Amar o depender" de Walter Riso.

miércoles, noviembre 01, 2006

Dame chavo y no maní

Llegaba más tarde de lo usual a mi comunidad. Doblé a la izquierda en el carro para cotejar si habían estacionamientos frente a casa como hago rutinariamente. No encontré. Miré hacia la próxima cuadra y los espacios estaban llenos de carros apiñados. Miré las cuadras al este y al oeste pero todos los bordes de la carretera estaban sembrados de carros, sin haber espacio para el mio. La curiosidad me mataba por saber la razón. Miré hacia la derecha y observé niños vestidos con máscaras y disfraces. Caminaban hacia una casa cercana, la cual todos los años para esta época tiene adornos de Halloween y recibe a los niños de la comunidad.

Al mirar a los niños caminar, unos vestidos de brujas y otros de vaquitas blancas con parchos negros, me transporté magicamente a mi niñez. Recordé las véces que mi mamá me compraba los disfraces, me daba una canasta plástica en forma de calabaza y me iba con mi hermano y los vecinitos a cantar nuestra versión patriótica de la festividad, "Halloween, trick or treat. Dame chavo y no maní". Por unos segundos encontré la festividad inocente, simpática y divertida, fuera de aquello que aprendí de una festividad enraizada en lo malvado o en una maldita festividad yanki.

Miré a mi alrededor y por fín encontré el estacionamiento que buscaba. Me bajaba a prisa pues estaba a 50 grados faranheit y yo solo vestía un sueter. Movía mis pasos de prisa, como si esquivase e l viento, pero también tratando de evadir los niños que seguían mi ruta pues no tenía dulces que ofrecerles. Por primera vez caminaba entre un mar de gente en mi comunidad. Después de esquivar unos y otros, por fin llegué a casa. Miré por la ventana para ver la invasión de niños en la comundidad asombrada pues no sabia que en el vecindario huebise tantos niños.

Me lancé al sillón y recordé. Recordaba a mi abuela advirtiéndonos a mi hermano y a mi no ir a celebrar Halloween porque era una práctica del "diablo", a pesar de que mi mamá ya tenía nuestros vestuarios listos para la noche. Al escuchar la palabra "diablo" mis ojos asustadizos no pestañeaban y mi corazón comenzaba a sumergirse en el dilema del bien y el mal. La felicidad de celebrar Halloween parecía quedar en el pasado pues comenzaría a disfrazarme con temor de estar haciendo algo malo a escondidas de mi abuela.

Llegó el momento de salir a tricortear con los disfraces que mi mamá nos compró y decidí mirar hacia afuera de la calle en la que vivía para grabar en mi memoria una imagen que nunca iba a olvidar. Mi abuela pasaba lentamente en su carro como si pudiera adivinar quiénes eran el grupo de niños disfrazados en la calle. Yo estaba allí en total desafío de su doctrina venenosa.

Miré a mi alrededor y maldecí las musarañas de algunos que a véces no dejan a quienes crecen vivir en paz. Pensé por unos segundos, me levanté, fui al cuarto y me puse mi difrás de Halloween.